jueves, 29 de marzo de 2012

Lo que vuelve como pesadilla

La primera lectura se arma co­mo un Frankenstein. Es inútil precisar si fue este libro o fue este otro. Pero una consigna exige decidir de manera arbitra­ria. La primera lectura no es el primer libro, ya que éste se aso­cia al acto de aprender a leer.
Eligiría una novela de Emilio Salgari: El corsario negro, duque de Ventimiglia y la emoción que ex­perimenté muchos años des­pués al pasar por la frontera en­tre Italia y Francia al descubrir que Ventimiglia era un lugar real. O una de las aventuras de Sandokán cuando la colección Robin Hood nos descubría un mundo exótico y diferente desde aquellas tapas amarillas. Un libro que mi madre me compraba mensualmente a pesar de una economía magra. En la misma colección es­taban los libros de Luisa May Alcott, Hombrecitos y Mujercitas, li­bro que leí con avidez en una época en la que, sin saberlo, quería develar el enigma del mun­do femenino. El miedo estaba asociado a la lectura de La cabaña del tío Tom, de Harriet Stowe, una novela ejemplar sobre la esclavitud, a lo que se agregaba que eI libro tenía ilustraciones que hacían que la humillación se volviese una imagen imborrable.

Esta enumeración no es todavía el recuerdo de una lectura sino un repaso por impresiones y recuer­dos. Pero hay un libro que se re­corta en esta biblioteca de la me­moria -siempre provisoria- ame­nazada por el olvido y la atribu­ción errónea: el inefable Corazón, de Edmundo de Amicis.

Años más tarde, cuando tuve que prologar ese libro, retornó el sentimiento ambivalente que me producía Corazón y que se con­centraba en el personaje del rela­to: De los Apeninos a los Andes. Un italianito, genovés, que a los trece años viene solo a Buenos Aires a buscar a su madre y el destino lo hunde cada vez más en la desgracia aunque logra salvar a su madre de la muerte. El libro es repugnantemente realista. La historia exacerba las penurias de una inmigración desgarrada por el desarraigo. Es que el libro fue pensado como: Historia de un año escolar escrita por un alum­no de tercer grado de una es­cuela municipal de Italia. Un rea­lismo que al perder sus recursos estéticos y literarios queda redu­cido al golpe bajo. Pero estas son reflexiones actuales. La lec­tura de aquellos tiempos todavía me evoca rechazo y fascinación cuando aquel sufrido personaje de Corazón reaparece en mis sueños para convertirlos en una pesadilla.

LUIS GUSMAN – NARRADOR
Revista Ñ, Nº 134, Buenos Aires, 22 de Abril 2006.

Leyendo en los intersticios

¿Cuántas horas por día dedicas a la lectura?, me preguntó una vez, solem­nemente, un amigo psicoanalista. Lo miré con sorpresa. Nunca se me había ocurrido contarlas. La pregunta sobre el lugar específico que elijo pa­ra leer me produce la misma perpleji­dad. Refiriéndome al tiempo tanto co­mo al lugar, puedo decir que yo leo en los intersticios de la vida. Eso pa­rece poco, pero es mucho. Leo en to­do momento en que no estoy haciendo otra cosa que me lo impida. Quie­ro decir, leer es el estado natural del ser humano, ¿verdad? Leer es lo que uno desearía estar haciendo siempre. Se trata de tener algo para leer siem­pre a mano: en la cartera, en el bolsillo, en el baño, en la mesa de luz, en el estante, en la compu, sobre la me­sa de la cocina y la del comedor, en casa de amigos y parientes, en la ofi­cina. Entonces uno abre el libro, se zambulle y zás. Allí se va, leyendo, por el río de las palabras. Sí, es lectura escapista. Houdini lector. Leo como quien respira. A veces es inevitable contener el aliento, pero en cuanto saco la cabeza fuera del agua (ese efecto se produce, curiosamente, cuando me sumerjo en la lectura), otra vez estoy allí, leyendo. En los vehículos de transporte, qué maravilla. En el subte, por ejemplo, en horas pi­co, con los brazos levantados, apo­yando el libro sobre la nuca o la es­palda de un desprevenido compañero de viaje. En el subte vacío, cómoda­mente sentada, un poco culpable siempre por mi ausencia de la reali­dad. ¿Sobre qué voy a escribir si no miro, sí no sé, sí no estoy? En el baño, siempre y largamente. En la ca­ma, ¿por qué no? Pero qué bueno en la cocina, comiendo, simultaneidad del placer. En los bares, tomando cortaditos. En los aeropuertos, casi sin mirar el reloj. En la bañera. Caminan­do. He llegado a caerme en un pozo por leer en la calle pero no por culpa mía, fue el pozo artero que me atacó, disfrazado con un plástico negro. En las colas de oficinas públicas y ban­cos y supermercados. (Ah, con qué gusto extraigo mi libro mágico en to­dos los lugares donde no quisiera es­tar). ¿Dónde no leo? debería pregun­tarme. Nunca leo en la ducha, ni cru­zando la calle, a menos que haya semáforo.

Ana María Shua
Revista Ñ, Nº 134, Buenos Aires, 22 de Abril 2006

Primera consigna.

Redactar un texto cuyo eje sean sus primeras lecturas. Se tratará de un texto cercano a un perfil autobiográfico de lector. Para ello tener en cuenta la información recopilada en los borradores, información surgida del ejercicio de la memoria.

Que la Fuerza los acompañe...

Buen inicio

Este blog es un espacio de intercambio de nuestra comisión. Se trata de una extensión del aula que servirá de puerta de intercambio y publicación de informaciones relativas al Taller.
Desde aquí les deseo un buen año. Pasen y sientanse cómodos...