miércoles, 30 de marzo de 2011

Sobre la lectura

Leyendo en los intersticios


¿Cuántas horas por día dedicas a la lectura?, me preguntó una vez, solem­nemente, un amigo psicoanalista. Lo miré con sorpresa. Nunca se me había ocurrido contarlas. La pregunta sobre el lugar específico que elijo pa­ra leer me produce la misma perpleji­dad. Refiriéndome al tiempo tanto co­mo al lugar, puedo decir que yo leo en los intersticios de la vida. Eso pa­rece poco, pero es mucho. Leo en to­do momento en que no estoy haciendo otra cosa que me lo impida. Quie­ro decir, leer es el estado natural del ser humano, ¿verdad? Leer es lo que uno desearía estar haciendo siempre. Se trata de tener algo para leer siem­pre a mano: en la cartera, en el bolsillo, en el baño, en la mesa de luz, en el estante, en la compu, sobre la me­sa de la cocina y la del comedor, en casa de amigos y parientes, en la ofi­cina. Entonces uno abre el libro, se zambulle y zás. Allí se va, leyendo, por el río de las palabras. Sí, es lectura escapista. Houdini lector. Leo como quien respira. A veces es inevitable contener el aliento, pero en cuanto saco la cabeza fuera del agua (ese efecto se produce, curiosamente, cuando me sumerjo en la lectura), otra vez estoy allí, leyendo. En los vehículos de transporte, qué maravilla. En el subte, por ejemplo, en horas pi­co, con los brazos levantados, apo­yando el libro sobre la nuca o la es­palda de un desprevenido compañero de viaje. En el subte vacío, cómoda­mente sentada, un poco culpable siempre por mi ausencia de la reali­dad. ¿Sobre qué voy a escribir si no miro, sí no sé, sí no estoy? En el baño, siempre y largamente. En la ca­ma, ¿por qué no? Pero qué bueno en la cocina, comiendo, simultaneidad del placer. En los bares, tomando cortaditos. En los aeropuertos, casi sin mirar el reloj. En la bañera. Caminan­do. He llegado a caerme en un pozo por leer en la calle pero no por culpa mía, fue el pozo artero que me atacó, disfrazado con un plástico negro. En las colas de oficinas públicas y ban­cos y supermercados. (Ah, con qué gusto extraigo mi libro mágico en to­dos los lugares donde no quisiera es­tar). ¿Dónde no leo? debería pregun­tarme. Nunca leo en la ducha, ni cru­zando la calle, a menos que haya semáforo.


Ana María Shua Revista Ñ, Nº 134, Buenos Aires, 22 de Abril 2006

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